Bondad frente a egoísmo: lo pernicioso de las subvenciones agrarias

Decía Adam Smith, y así lo recalcó en su Riqueza de las Naciones (1776), que el ser humano es esencialmente egoísta. Se guía por su egoísmo, y es éste, su egoísmo, el que provoca que se llegue al bienestar colectivo. La suma de los quereres individuales actúa como fuerza generadora del beneficio colectivo. Nada parecido, o más bien todo lo contrario, afirmaba Rousseau al decir que las personas son bondadosas, siendo la sociedad quien las corrompe. Evitándose algún tipo de beneficio para todos. Lo cierto es, que como sentenció acertadamente Ayn Rand, el hombre se ve agraciado con estas dos facetas, llegándose a un egoísmo bondadoso, como bien explica la autora en su obra La virtud del egoísmo.

Después de esta pequeña introducción, vamos a ver un ejemplo de cómo esta relación tan peculiar entre ambas fuerzas endógenas a la esencia humana pueden llegar a ocasionar un fallo del Estado, basándose la decisión de subvencionar al sector agrario en la más noble de las dos: la bondad.

Una subvención a la actividad agraria no es sino una ayuda estatal, proveniente de la Unión Europea y otorgada al trabajador mediante la PAC, principalmente. Existen otros programas como LIFE o el Fondo de Apoyo a la Diversificación del Sector que prestan ayuda a esta causa. No obstante, al subvencionarse ciertos sectores, como método de ayuda a su desarrollo, se consigue todo lo contrario. Basta con comparar el sector del porcino (no subvencionado), el avícola (no subvencionado), el ovino en intensivo (no subvencionado) y el sector del trigo.

Comparemos el sector del porcino (no subvencionado) y el sector del trigo.

Mientras que la carne, alimento más caro que el trigo, tiene un precio asequible para todos los consumidores, una producción elevada, una alta inversión en I+D y una clara tendencia al valor añadido, transformación de leche en queso, producción de embutidos, platos precocinados de alta calidad etc. El sector del trigo se dedica a únicamente a la siembra debido a que el dinero que recibe es destinado a eso, no invierte en I+D significativamente y los productores se suelen agrupar en las ciudades abandonando los pueblos, lo que constituye otro problema añadido a amplias zonas españolas. Esto produce distorsiones en el precio de mercado, lo que supone una distribución de recursos de todos que va destinada a unos pocos, provocando que no se pague el precio real de lo que se produce.

Si el sector del trigo no estuviera subvencionado, el precio del pan, su producto más barato, no se resentiría, y consecuentemente al conjunto de los ciudadanos contribuyentes y al Estado se les ahorraría una cuantía que podría ser dedicada a otras actividades donde se necesitase más.

Vamos a analizar cuál sería el coste del precio del pan si el trigo no estuviera subvencionado:

El precio del trigo está en 180€ la tonelada.

La tonelada de harina a 300€.

Y el precio de los 1000 kg de pan es de 3000€.

Supongamos que el precio del trigo se pagase a 300€ la tonelada (al doble) al retirarse la subvención. La harina se pagaría a 480€, un aumento insignificante para el precio final del pan, el cual aumentaría tan sólo en unos céntimos al final, un coste perfectamente asumible por los productores de pan.

Pasamos ahora a analizar el precio de los productos de pastelería, los productos estrella producidos con trigo. La tonelada de pasteles varía entre los 7000€ y los 30.000€. La insignificancia en el aumento del precio del trigo, que constituye una media del 60% del peso total del dulce, para el productor de pastas y pasteles es despreciable.

Este es un ejemplo de cómo el dilema anterior afecta a la actividad económica: aunque con las subvenciones otorgadas desde la bondad se pretenda ayudar a productores y consumidores, el resultado final es el contrario, se fomenta el egoísmo y la pasividad de los productores de trigo repercutiendo negativamente en el conjunto social.

    

    

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